Piotr Kropotkin
PRÓLOGO[1]
Bajo el nombre de utilidades, renta, interés sobre el capital, valor sobrante y otros parecidos, los economistas han discutido con vehemencia los beneficios que los dueños de la tierra o el capital, o algunas naciones privilegiadas, pueden derivar, ya del bajo precio de los salarios, ya de la inferioridad de la posición de una clase social con relación a otra, o bien del menor desarrollo económico de una nación respecto a otra. Distribuyéndose estos beneficios en una proporción muy desigual entre los diferentes individuos, clases y naciones ocupadas en la producción, ha costado un trabajo considerable el estudiar el actual modo de repartir las utilidades y sus consecuencias morales y físicas, así como los cambios que en el presente estado de la sociedad puedan determinar la distribución más equitativa de una riqueza que cada vez se está acumulando con más rapidez, siendo la cuestión referente al derecho a ese aumento de riqueza la causa de las encarnizadas batallas que ahora se libran entre los economistas de distintas escuelas.
Entre tanto, la gran cuestión de «¿Qué hemos de producir, y cómo?» queda necesariamente postergada. A medida que la economía política surge gradualmente de su estado semicientífico, tiende más y más a convertirse en una ciencia dedicada el estudio de las necesidades de los hombres, y de los medios de satisfacerlas con la menor perdida de energía, esto es, en una especie de fisiología de la sociedad. Pocos economistas, sin embargo, han reconocido hasta ahora que este es el dominio propio de la economía, tratando de considerar a su ciencia bajo este aspecto. El punto fundamental de la economía social, esto es, la economía de la energía necesaria pata la satisfacción de las necesidades humanas, es, por consiguiente, lo último que uno debe esperar hallar tratado en forma concreta en obras de economía.
Las siguientes páginas van encaminadas a tratar de una parte de este vasto asunto. Contienen una discusión de las ventajas que las sociedades civilizadas pudieran obtener de una combinación de los procedimientos industriales con el cultivo intensivo, y del trabajo cerebral con el manual.
La importancia de tal combinación no ha pasado inadvertida para algunos de los dedicados al estudio de la ciencia social. Fue discutida apasionadamente, hará unos cincuenta años, bajo los nombres de «trabajo armonizado», «educación integral», y otros por el estilo, habiéndose observado en aquella época que la mayor suma total de bienestar puede obtenerse si combinan una variedad de trabajos agrícolas, industriales e intelectuales en cada comunidad, y que el hombre da más de sí cuando está en condiciones de poder aplicar sus capacidades, por lo general variadas, a diferentes ocupaciones en la granja, el taller, la fábrica, el gabinete o el estudio, en vez de verse condenado por toda la vida a uno solo de esos trabajos.
En una época mucho más reciente, en 1870, Herbert Spencer, con su teoría de la evolución, dio origen en Rusia a un trabajo notable, La Teoría del Progreso, de
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