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jueves, 13 de enero de 2011

Paco Ibañez

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Paco Ibáñez

Lo dijo Sabina al concluir cuatrocientas páginas de entrevista: “Ya nadie escucha a Paco Ibáñez. Ya a nadie le importa un carajo. Pero ese tipo, con esa voz de cabra, hizo una selección de la poesía clásica española que a mí me apasiona”. A él y al centenar largo de nostálgicos que aún hoy llenan un pequeño café-bar como La Tertulia de Granada para palparle en vivo. Como un viejo camarada perdido en el limbo. Sin carteles, sin anuncios ni venta de entradas. Un ejemplo perfecto de difusión boca-oreja. El garito celebra tres décadas de refugio cultural para intelectuales disolutos. Desde 1980, sus paredes han escuchado antes que nadie los versos de Luis García Montero y Javier Egea. Allí recitaron Alberti, Benedetti o Ángel González. Raro es el mes que no se deja caer Enrique Morente. También la tropa de cantautores, tanto granadinos como argentinos, que abundan en la ciudad. Todos encuentran la cómplice hospitalidad del fundador del local, Horacio Rébora: otro "argento" alejado de la llanura pampeana que, encima, organiza cada año el Festival Internacional de Tango.

Paco Ibáñez ofrendó a la historia de La Tertulia con un recital gratuito, emotivo y crispado por el proceso de incriminación a Baltasar Garzón. “Tenemos una justicia poblada de fachas”, sentenció el valenciano políglota. Al juez dedicó Ya No Hay Locos (León Felipe). Nuestro símbolo musical de la lucha antifranquista se mantiene ágil de mente y con aspecto lozano a sus 75 años. Hace seis meses que conmemoró los cuarenta otoños que han pasado desde su debut en La Sorbona de París. Por más que abomine de Mayo del 68, su nombre pertenece a la canción francesa por mérito propio. Su voz de rabadán ha perdido volumen, aunque no convicción. Por contra, continúa tocando con la pierna en ciento ochenta grados sobre una silla. Siempre de negro, recordando a Brassens y arpegiando de manera prodigiosa. Nadie le supera en la expresión de la palabra cantada. Y él afirma que jamás se cansará de darle alas a "un poema fundamental", Coplas por la Muerte de su Padre (Jorge Manrique). Así arrancó, tras el pertinente "Cumpleaños feliz".

Sólo un personaje de la tenacidad y la coherencia de Paco Ibáñez se podría resistir a un caramelo como la Medalla al Mérito de las Artes y las Letras en el país galo. ¡Él la rechazó dos veces en los ochenta! Un ejercicio insólito de humildad. “No entiendo por qué se me concede ni bajo qué criterios. Me parece una parafernalia absurda. El único premio que me interesa es el aplauso del público”, explicó en Granada. Y para conectar con el acervo de la tierra, volvió a Lorca, el autor por el que empezó en su primer disco (Paco Ibáñez 1, 1964). "Si tú vienes a la romería" precedió a Bihotza, en euskera, de la etapa en la que colaboró con Imanol (1998). "Me tocó vivir en un caserío en el País Vasco hasta los catorce años, antes de irnos a Francia. Crecí rodeado de vacas y de montes. Mi abuelo no hablaba ni papa de español”.

Del desternillante Arcipreste de Hita rescató "Consejos para un Galán". Un bis con Me lo Decía mi Abuelito, de José Agustín Goytisolo, su “hermano mayor”, y despedida galopando con Alberti. Por encima del bien y del mar, Paco Ibáñez persiste en su discutible beligerancia contra el inglés. “Antes muerto que cantar en el idioma del imperialismo”. Sigue dedicándose a la ebanistería en sus ratos libre. Aprendió el oficio de su padre, carpintero y anarquista. Nos debe un álbum dedicado a los poetas latinoamericanos. Y, como declamó Blas de Otero, le queda la palabra.

Eduardo Tébar

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